Con alegría compartimos este video, enviado desde Brandsen por nuestro hermano Claudio Wilgenhoff.
http://psa-peugeot-citroen.com.ar/2013/11/la-fundacion-psa-realizo-la-entrega-del-premio-al-proyecto-ganador-de-argentina/
Dios siga bendiciendo a la comunidad y a sus proyectos.
martes, 25 de febrero de 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
El Culto en el ámbito reformado
Reflexiones y recursos para celebrar
los 500 años del movimiento de la Reforma
Número 2, año 2014
El Culto en el ámbito reformado
Los dos vocablos que me fueran sugeridos (espiritualidad y liturgia) para una breve reflexión,
pueden ser resumidos en uno solo: Culto. Bajo la presuposición que otras personas escribirán
sobre el culto en la línea del pensamiento de Lutero, lo hago por mi parte, pero desde mi comprensión
de la enseñanza de Calvino.
Inspirado particularmente por sus vivencias en Estrasburgo donde se dio una rica elaboración
litúrgica, Calvino publicó “Las formas de los cantos y oraciones eclesiásticas según la costumbre
de la Iglesia primitiva”. La fundamentación de la costumbre de la Iglesia primitiva está dada por el
testimonio bíblico y es desde ese testimonio que Calvino afirma su convicción del culto.
Para Calvino, el texto de Hechos 2 describe la organización correcta de la iglesia:
“Lucas nos dice en Hechos, que en la Iglesia apostólica los fieles “perseveraban en la doctrina de
los Apóstoles, en la comunión unos con otros, (es decir ofrendando), en el partimiento del pan y en las
oraciones.” Hechos 2,42. Así pues, ninguna asamblea (culto) de la Iglesia sea hecha sin la Palabra, sin
las ofrendas, sin la participación en la Cena y sin oraciones.” (Numeral 44, página 398)
En ese párrafo encontramos el pensamiento esencial de Calvino sobre el culto. Los cuatro elementos
de Hechos 2 constituyen las tres partes de la celebración:
1. Oraciones de súplicas, alabanzas y agradecimientos, incluyendo los cantos de la comunidad,
con un lugar primordial asignado a los Salmos.
2. La predicación, anuncio del mensaje evangélico, es concebida como el “alma de la Iglesia”,
doctrina de los apóstoles.
3. La Cena del Señor es vista como la “cima y epílogo” del culto porque contiene a los otros dos
elementos. La ofrenda, cuarto elemento del culto, es incluida en la liturgia de la Cena, esto es, como
expresión de gratitud a Jesucristo que se dio como ofrenda por la humanidad.
Esto fundamenta la convicción de Calvino en cuanto a que la Cena del Señor debía celebrarse en
cada culto, pero que no logró llevar a la práctica porque se lo impidió el Consejo de Ginebra.
Oraciones habladas
Al discernir los numerosos momentos del culto en los que tienen lugar las oraciones, comprendemos
las razones bien fundadas que tenía Calvino al afirmar que las oraciones “constituyen una
parte importante” en la estructura del culto cristiano y así lo evidencian las primeras liturgias en
francés de Farel y Calvino. En efecto, en las liturgias reformadas tenemos: las oraciones de invocación
al nombre de Dios, oraciones de alabanza, de confesión del pecado, de acción de gracias,
oraciones de intercesión y obviamente, el Padre Nuestro.
Calvino trata extensamente el tema de la oración en la Institución Cristiana, Libro III, capítulo
20. En total son 70 páginas, índice de la atención que el reformador da a la oración. Con respecto
a la fundamentación doctrinal de la oración, se citan los pasajes de Romanos 10,13 “Todos los que
invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación”.
La invocación es posible cuando somos guiados por el “Espíritu que nos ayuda, porque no sabemos
orar como es debido” (Romanos 8,14-16 y 26). Y cuando se refiere a la definición, necesidad y
utilidad de la oración, Calvino dirá: “Es por medio de la oración que entramos a las riquezas que tenemos
en Dios. Porque es como una comunicación del ser humano con Dios por la cual somos introducidos
en su verdadero templo, que es el cielo.” En lo referente a la necesidad y utilidad de la oración,
encontramos esta afirmación: “Sobre el grado en que el ejercicio de la oración es necesario y en todo
lo que nos es útil, no podríamos explicarlo suficientemente en palabras… Simplemente constatar que
por la invocación al nombre del Padre obtenemos la presencia de su providencia y de su virtud.”
A modo de conclusión sobre la oración hablada, Calvino expresa lo siguiente: “La suma total se
concentra en esto: Puesto que la Escritura nos enseña que una parte importante del servicio de Dios
consiste en invocarlo, mucho más allá de todos los sacrificios… Como Dios no quiere ser invocado sin
fe, esta fe fundada sobre la Palabra es la verdadera madre de la oración, En cuanto a la intercesión,
hemos visto que corresponde a Jesucristo y que no hay ninguna oración agradable a Dios si no es
santificada por el Mediador. También hemos mostrado que en las recíprocas intercesiones y súplicas
de los hermanos esas acciones no quitan en absoluto la importancia de la intercesión de Jesucristo”.
Oraciones cantadas
Porque Calvino consideró a las oraciones cantadas como parte esencial del culto, dedicamos algunos
párrafos al canto, expresión por excelencia de la fe reformada.
Igual que Agustín (Siglos IV y V), Lutero y Calvino consideraban la música como un “don de Dios”.
En relación a esta concepción Lutero tiene esta linda expresión: “Desde el comienzo del mundo la
música fue dada por Dios a todas las creaturas, porque nada en el mundo carece de algún sonido. Aun
el aire invisible, que pareciera ser mudo, comienza a resonar cuando algo lo mueve, transformándose
en música. De esta manera, el Espíritu manifiesta grandes y maravillosos misterios”.
Por su lado, Calvino dirá: “En cuanto a las oraciones públicas, hay de dos clases: las que se hacen
simplemente con palabras y las que se hacen con el canto. Ciertamente, conocemos por la experiencia
que el canto tiene un gran vigor, capaz de mover e inflamar los corazones de los seres humanos para
invocar y alabar a Dios con mayor vehemencia y mayor ardor”.
Otro elemento concordante entre los dos reformadores es el de haber incorporado al canto como
elemento muy relevante en la liturgia del culto, visto como expresión por excelencia de la adoración
comunitaria. Naturalmente, en esa concordancia podemos ver matices distintos que responden a
diversos factores, tales como ámbitos, tiempos y también énfasis teológicos particulares.
Un tercer elemento en común, muy importante, es que ambos ponen la Palabra de Dios en el
centro del contenido del canto. También en esta concordancia se manifestarán énfasis distintos.
En Lutero los contenidos podían ser textos bíblicos literales, contenidos bíblicos formulados con
palabras diferentes o formas litúrgicas tradicionales. Para Calvino, en cambio, la Palabra de Dios no
podía ser sino texto bíblico literal.
Una de las objeciones hechas a Calvino es que, a diferencia de Lutero y debido a la contundencia
y severidad de su Teología, sus conceptos de la música y su aplicación en la celebración litúrgica lo
llevaban a desechar formas artísticas elaboradas con armonías, incluyendo el canto a cuatro voces.
Recientemente, un músico me planteaba esta pregunta. ¿Cómo se explica que las comunidades
valdenses, influenciadas por el pensamiento de Calvino, hayan cultivado el canto coral por generaciones
hasta la actualidad? Esa pregunta merece atención y requeriría una amplia reflexión, pero no
podemos sino hacer una síntesis en el intento de encontrar respuestas.
En primer lugar, su desaprobación de formas artísticas para el culto se explica por el hecho que
en su tiempo se desarrollaban notablemente complejas formas musicales tales como el contrapunto
(concordancia armónica de voces contrapuestas y de melodías diferentes), método que dificultaba
la clara audición y captación del texto bíblico, cosa esencial que debía darse con el canto. Una clara
audición del texto bíblico podía darse especialmente con el canto de la melodía. Esta postura en la
que desaprobaba el canto coral era asumida únicamente para el culto de la comunidad.
Un segundo punto a señalar es que, fuera del culto y en el ámbito familiar, Calvino admitía y propiciaba el canto elaborado en armonías. Historiadores señalan, como paradoja, el hecho de que
los músicos que habían sido convocados por Calvino (Bourgeois, Goudimel etcétera) fueron los que
desarrollaron las magníficas armonizaciones para los 150 Salmos, contando -seguramente- con la
aprobación y el apoyo de Calvino, lo que evidencia la distinción que hace el reformador entre la
música para el culto y la que se ejercita en reuniones familiares.
En tercer lugar, esa distinción que hacía Calvino, ¿significaría -como conclusión, una neta separación
entre la música eclesiástica y la música profana? No es así precisamente; la diferencia radica
en el hecho de concebir el canto de la melodía al servicio de la Palabra como la más apta para el culto
de la comunidad, y el canto elaborado en armonías que se cultivaban en las reuniones familiares
como el canto que favorecía la audición y captación del mensaje bíblico en el culto y canto desarrollado
armónicamente a 4 voces.
A modo de confirmación a lo señalado en los tres puntos, cito un párrafo de la publicación de
Calvino “Las formas de las oraciones y de los cantos eclesiásticos” (1545): “A juicio de la presente
publicación, tenemos la esperanza que esas formas sean consideradas santas y justas ya que son
dirigidas para edificación. También en las casas y en el campo las oraciones y los cantos quieren ser
una invitación a alabar a Dios y a elevar a Él nuestros corazones para consolarnos y para meditar en
sus virtudes, bondad, sabiduría y justicia. Ciertamente, el Espíritu Santo nos exhorta, por medio de
las Santas Escrituras, a gozarnos en Dios, como verdadera finalidad”.
Otro principio fundamental en Calvino es el indispensable vínculo del canto con la Palabra bíblica,
especialmente con los Salmos y al respecto hay otro magnífico pensamiento del reformador:
“Cuando los cantamos, creemos ciertamente que Dios pone en nuestras bocas las palabras, como si Él
mismo cantase en nosotros para exaltar su gloria”.
Delmo Rostan
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata
Buenos Aires, Argentina.
Nota: las citas textuales del pensamiento de Calvino (párrafos en cursiva) fueron tomadas de
“L’Institución Chrétienne” Livre IV, edición en francés de 1955-1958.
Los artículos de este ciclo de reflexiones no necesariamente expresan la opinión de las iglesias de la Comunión de la Reforma.
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata (IEVRP); Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA);
Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU); Evangélica del Río de la Plata (IERP)
y Reformada en Argentina (adherida a la IERP).
los 500 años del movimiento de la Reforma
Número 2, año 2014
El Culto en el ámbito reformado
Los dos vocablos que me fueran sugeridos (espiritualidad y liturgia) para una breve reflexión,
pueden ser resumidos en uno solo: Culto. Bajo la presuposición que otras personas escribirán
sobre el culto en la línea del pensamiento de Lutero, lo hago por mi parte, pero desde mi comprensión
de la enseñanza de Calvino.
Inspirado particularmente por sus vivencias en Estrasburgo donde se dio una rica elaboración
litúrgica, Calvino publicó “Las formas de los cantos y oraciones eclesiásticas según la costumbre
de la Iglesia primitiva”. La fundamentación de la costumbre de la Iglesia primitiva está dada por el
testimonio bíblico y es desde ese testimonio que Calvino afirma su convicción del culto.
Para Calvino, el texto de Hechos 2 describe la organización correcta de la iglesia:
“Lucas nos dice en Hechos, que en la Iglesia apostólica los fieles “perseveraban en la doctrina de
los Apóstoles, en la comunión unos con otros, (es decir ofrendando), en el partimiento del pan y en las
oraciones.” Hechos 2,42. Así pues, ninguna asamblea (culto) de la Iglesia sea hecha sin la Palabra, sin
las ofrendas, sin la participación en la Cena y sin oraciones.” (Numeral 44, página 398)
En ese párrafo encontramos el pensamiento esencial de Calvino sobre el culto. Los cuatro elementos
de Hechos 2 constituyen las tres partes de la celebración:
1. Oraciones de súplicas, alabanzas y agradecimientos, incluyendo los cantos de la comunidad,
con un lugar primordial asignado a los Salmos.
2. La predicación, anuncio del mensaje evangélico, es concebida como el “alma de la Iglesia”,
doctrina de los apóstoles.
3. La Cena del Señor es vista como la “cima y epílogo” del culto porque contiene a los otros dos
elementos. La ofrenda, cuarto elemento del culto, es incluida en la liturgia de la Cena, esto es, como
expresión de gratitud a Jesucristo que se dio como ofrenda por la humanidad.
Esto fundamenta la convicción de Calvino en cuanto a que la Cena del Señor debía celebrarse en
cada culto, pero que no logró llevar a la práctica porque se lo impidió el Consejo de Ginebra.
Oraciones habladas
Al discernir los numerosos momentos del culto en los que tienen lugar las oraciones, comprendemos
las razones bien fundadas que tenía Calvino al afirmar que las oraciones “constituyen una
parte importante” en la estructura del culto cristiano y así lo evidencian las primeras liturgias en
francés de Farel y Calvino. En efecto, en las liturgias reformadas tenemos: las oraciones de invocación
al nombre de Dios, oraciones de alabanza, de confesión del pecado, de acción de gracias,
oraciones de intercesión y obviamente, el Padre Nuestro.
Calvino trata extensamente el tema de la oración en la Institución Cristiana, Libro III, capítulo
20. En total son 70 páginas, índice de la atención que el reformador da a la oración. Con respecto
a la fundamentación doctrinal de la oración, se citan los pasajes de Romanos 10,13 “Todos los que
invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación”.
La invocación es posible cuando somos guiados por el “Espíritu que nos ayuda, porque no sabemos
orar como es debido” (Romanos 8,14-16 y 26). Y cuando se refiere a la definición, necesidad y
utilidad de la oración, Calvino dirá: “Es por medio de la oración que entramos a las riquezas que tenemos
en Dios. Porque es como una comunicación del ser humano con Dios por la cual somos introducidos
en su verdadero templo, que es el cielo.” En lo referente a la necesidad y utilidad de la oración,
encontramos esta afirmación: “Sobre el grado en que el ejercicio de la oración es necesario y en todo
lo que nos es útil, no podríamos explicarlo suficientemente en palabras… Simplemente constatar que
por la invocación al nombre del Padre obtenemos la presencia de su providencia y de su virtud.”
A modo de conclusión sobre la oración hablada, Calvino expresa lo siguiente: “La suma total se
concentra en esto: Puesto que la Escritura nos enseña que una parte importante del servicio de Dios
consiste en invocarlo, mucho más allá de todos los sacrificios… Como Dios no quiere ser invocado sin
fe, esta fe fundada sobre la Palabra es la verdadera madre de la oración, En cuanto a la intercesión,
hemos visto que corresponde a Jesucristo y que no hay ninguna oración agradable a Dios si no es
santificada por el Mediador. También hemos mostrado que en las recíprocas intercesiones y súplicas
de los hermanos esas acciones no quitan en absoluto la importancia de la intercesión de Jesucristo”.
Oraciones cantadas
Porque Calvino consideró a las oraciones cantadas como parte esencial del culto, dedicamos algunos
párrafos al canto, expresión por excelencia de la fe reformada.
Igual que Agustín (Siglos IV y V), Lutero y Calvino consideraban la música como un “don de Dios”.
En relación a esta concepción Lutero tiene esta linda expresión: “Desde el comienzo del mundo la
música fue dada por Dios a todas las creaturas, porque nada en el mundo carece de algún sonido. Aun
el aire invisible, que pareciera ser mudo, comienza a resonar cuando algo lo mueve, transformándose
en música. De esta manera, el Espíritu manifiesta grandes y maravillosos misterios”.
Por su lado, Calvino dirá: “En cuanto a las oraciones públicas, hay de dos clases: las que se hacen
simplemente con palabras y las que se hacen con el canto. Ciertamente, conocemos por la experiencia
que el canto tiene un gran vigor, capaz de mover e inflamar los corazones de los seres humanos para
invocar y alabar a Dios con mayor vehemencia y mayor ardor”.
Otro elemento concordante entre los dos reformadores es el de haber incorporado al canto como
elemento muy relevante en la liturgia del culto, visto como expresión por excelencia de la adoración
comunitaria. Naturalmente, en esa concordancia podemos ver matices distintos que responden a
diversos factores, tales como ámbitos, tiempos y también énfasis teológicos particulares.
Un tercer elemento en común, muy importante, es que ambos ponen la Palabra de Dios en el
centro del contenido del canto. También en esta concordancia se manifestarán énfasis distintos.
En Lutero los contenidos podían ser textos bíblicos literales, contenidos bíblicos formulados con
palabras diferentes o formas litúrgicas tradicionales. Para Calvino, en cambio, la Palabra de Dios no
podía ser sino texto bíblico literal.
Una de las objeciones hechas a Calvino es que, a diferencia de Lutero y debido a la contundencia
y severidad de su Teología, sus conceptos de la música y su aplicación en la celebración litúrgica lo
llevaban a desechar formas artísticas elaboradas con armonías, incluyendo el canto a cuatro voces.
Recientemente, un músico me planteaba esta pregunta. ¿Cómo se explica que las comunidades
valdenses, influenciadas por el pensamiento de Calvino, hayan cultivado el canto coral por generaciones
hasta la actualidad? Esa pregunta merece atención y requeriría una amplia reflexión, pero no
podemos sino hacer una síntesis en el intento de encontrar respuestas.
En primer lugar, su desaprobación de formas artísticas para el culto se explica por el hecho que
en su tiempo se desarrollaban notablemente complejas formas musicales tales como el contrapunto
(concordancia armónica de voces contrapuestas y de melodías diferentes), método que dificultaba
la clara audición y captación del texto bíblico, cosa esencial que debía darse con el canto. Una clara
audición del texto bíblico podía darse especialmente con el canto de la melodía. Esta postura en la
que desaprobaba el canto coral era asumida únicamente para el culto de la comunidad.
Un segundo punto a señalar es que, fuera del culto y en el ámbito familiar, Calvino admitía y propiciaba el canto elaborado en armonías. Historiadores señalan, como paradoja, el hecho de que
los músicos que habían sido convocados por Calvino (Bourgeois, Goudimel etcétera) fueron los que
desarrollaron las magníficas armonizaciones para los 150 Salmos, contando -seguramente- con la
aprobación y el apoyo de Calvino, lo que evidencia la distinción que hace el reformador entre la
música para el culto y la que se ejercita en reuniones familiares.
En tercer lugar, esa distinción que hacía Calvino, ¿significaría -como conclusión, una neta separación
entre la música eclesiástica y la música profana? No es así precisamente; la diferencia radica
en el hecho de concebir el canto de la melodía al servicio de la Palabra como la más apta para el culto
de la comunidad, y el canto elaborado en armonías que se cultivaban en las reuniones familiares
como el canto que favorecía la audición y captación del mensaje bíblico en el culto y canto desarrollado
armónicamente a 4 voces.
A modo de confirmación a lo señalado en los tres puntos, cito un párrafo de la publicación de
Calvino “Las formas de las oraciones y de los cantos eclesiásticos” (1545): “A juicio de la presente
publicación, tenemos la esperanza que esas formas sean consideradas santas y justas ya que son
dirigidas para edificación. También en las casas y en el campo las oraciones y los cantos quieren ser
una invitación a alabar a Dios y a elevar a Él nuestros corazones para consolarnos y para meditar en
sus virtudes, bondad, sabiduría y justicia. Ciertamente, el Espíritu Santo nos exhorta, por medio de
las Santas Escrituras, a gozarnos en Dios, como verdadera finalidad”.
Otro principio fundamental en Calvino es el indispensable vínculo del canto con la Palabra bíblica,
especialmente con los Salmos y al respecto hay otro magnífico pensamiento del reformador:
“Cuando los cantamos, creemos ciertamente que Dios pone en nuestras bocas las palabras, como si Él
mismo cantase en nosotros para exaltar su gloria”.
Delmo Rostan
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata
Buenos Aires, Argentina.
Nota: las citas textuales del pensamiento de Calvino (párrafos en cursiva) fueron tomadas de
“L’Institución Chrétienne” Livre IV, edición en francés de 1955-1958.
Los artículos de este ciclo de reflexiones no necesariamente expresan la opinión de las iglesias de la Comunión de la Reforma.
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata (IEVRP); Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA);
Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU); Evangélica del Río de la Plata (IERP)
y Reformada en Argentina (adherida a la IERP).
domingo, 9 de febrero de 2014
El movimiento de la Reforma
Número 1, año 2014
El Movimiento de la Reforma
Reducir la Reforma a una fecha y a una persona sería empobrecer la magnitud y profundidad
del concepto. Los datos históricos nos muestran que este movimiento que tiene como objetivo
la transformación tanto de la cabeza como la de los miembros del cuerpo de la iglesia, comienza
mucho tiempo antes del 31 de octubre de 1517 y tiene como testigos -entre los que el nombre de
Martín Lutero es uno más- una larga, diversa y representativa lista.
Asimismo, limitar el comienzo de este proceso a una determinada área geográfica es –igual-
mente- una forma de empobrecer el concepto de Reforma. Varios concilios previos al 1517 tuvieron
el objetivo de llevar a cabo esos cambios que podrían devolver a la comunidad cristiana la frescura
inicial, pero lamentablemente vieron que sus resoluciones quedaban como un camino lleno de bue-
nas intenciones pero no lograban su objetivo. La iglesia se encontraba en un debate intenso entre
quienes colocaban a los concilios como el espacio privilegiado de gobierno y el logro de consensos
teológicos y pastorales frente a quienes, con la intención de proteger la unidad de pensamiento,
pensaban que el camino pasaba por la concentración del espacio de decisiones en la persona del
obispo de Roma.
También sería un error hablar de una “contrarreforma” cuando en realidad tenemos que hablar
simultáneamente de una reforma protestante y una reforma católica. Ambas son aspectos de un
mismo ideal de reformar la forma de comprender la iglesia. Junto y no frente a la Reforma protes-
tante tenemos también la reforma católica con nombres muy destacados. En España todo el proceso
de los “descalzos” es parte de ese movimiento y la figura, tanto de Pedro de Alcántara junto con
todo el movimiento franciscano como la figura de una mujer fuerte como Teresa de Jesús, son parte
de ese movimiento llamado -en general- Reforma.
En América Latina también aparecen figuras que llevan a cabo ese proceso de renovación y refun-
dación de la comunidad cristiana. Como ejemplo de esos aires de Reforma, es importante rescatar
para las iglesias que se reconocen como parte del movimiento de la Reforma una figura como la de
Toribio de Mogrovejo, que desde el Arzobispado de Lima -y con grandes disgustos de los espacios
de poder político y aún religioso- trabajó para acercar la fe, los derechos humanos y la inclusión
radical de todas las poblaciones excluidas y marginadas por el sistema de poder económico y cul-
tural. Asimismo, la larga lista de los archivos de la Inquisición en nuestro continente -al igual que los
de España- nos muestran la cantidad de mártires y testigos de ese movimiento con sed de Reforma,
tanto en su jerarquía como en sus prácticas pastorales. Esta larga lista de testigos de la fe tiene que
renovar nuestro compromiso -aquí y ahora- de continuar reformando nuestras comunidades para
que sean cada día más fieles al proyecto y voluntad de Aquel que se hizo libertad para que todas y
todos vivamos en libertad abundante.
El limitar el concepto de la Reforma a una persona y a un día nos puede hacer caer en la tentación
de sacralizar estructuras mentales y teológicas, cerrando la posibilidad de un proceso dinámico,
constante y actual. Todas las ortodoxias que quisieron fijar este proceso en un día y una persona ter-
minaron empobreciendo el proceso de la Reforma, que tiene necesariamente que continuar abierto en todos sus aspectos, y llevarlo más allá de todas las fronteras que nuestros temores y necesidades de seguridad quieren levantar para dividir y aislar. El proceso de la reforma es un intento siempre renovado de vivir el escándalo del Evangelio que todo lo transforma para incluirlo en una gran comunidad de hermanos y hermanas, donde nada ni nadie queda excluido. Retomando una y otra vez el espíritu plasmado en la Confesión de Augsburgo, se nos hace necesario encarnar la provisionalidad de las divisiones actuales. No somos una iglesia ecuménica por oportunismo político o por necesidad social, sino que la voluntad de unidad forma parte del núcleo del movimiento de la Reforma, por ello no podemos dejar de lado a la diversidad de formas, personas y actores de este proceso, siempre abierto, siempre desafiante. Es interesante considerar las notas al pie de página de cada uno de los artículos de la Confesión de Augsburgo, que se apoya en los grandes momentos de consenso dentro de la comunidad de fe. Las citas de los diversos con- cilios se repiten una y otra vez. Asimismo, es llamativo cómo se llama en apoyo de sus principales afirmaciones a las autoridades teológicas y de santidad de vida, a quienes la recepción comunitaria aceptaba sin mayores debates. El nombre de san Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Bernardo y otros se repiten una y otra vez como testigos y apoyo de cada una de las afirmaciones de fe. Esos nombres y su pensamiento forman parte del pensamiento de la Reforma. Es por ello, porque se piensa en esos contextos de debate, que una serie de afirmaciones no son puestas en debate. El proceso de la Reforma, que en un primer momento es profundamente pastoral -tal como lo muestran las 95 Tesis de Martín Lutero- es un proceso de revisión de toda esa tradición, sin renun- ciar ni olvidar pero sí de adaptar a nuevas situaciones y desafíos. El movimiento de la Reforma no es un movimiento de ruptura, sino -muy por el contrario- de continuidad. Puede parecer asombroso, pero las 95 Tesis con las que comienza la Reforma protestante, muestra que en realidad es el Obispo de Roma el que ha introducido novedades sin consenso y es ese tema el que se quiere debatir y que aún hoy es tarea pendiente. Esta autocomprensión de la Reforma protestante de ser una continuidad y adaptación de la gran tradición es el fundamento que nos lleva a afirmar, una y otra vez, que nunca fue la intención crear una nueva iglesia o dividir dolorosamente la comunión. Porque el movimiento de la Reforma protestante se considera a sí mismo como parte de la iglesia que siempre será “una, santa, apostólica y católica”, provisoriamente no romana. De este concepto nace nuestra vocación ecuménica, sostenida tanto a tiempo como a destiempo. El movimiento de la Reforma protestante tal como se refleja en las 95 Tesis de debate de Martín Lutero tiene un comienzo a partir de una preocupación netamente pastoral y social frente a la si- tuación de pobreza y explotación del pueblo. Pero poco a poco descubre que esa preocupación pastoral y social no puede quedar aislada de una renovación teológica que, ubicada en una her- menéutica fundada en la sola fe en la única y sola gracia proclamada y vivida solamente por Jesús de Nazaret -proclamado como el Cristo del Dios del Reino y revelado sólo en las Escrituras- es un grito de unidad y de inclusividad sorprendente.
Pastor Lisandro Orlov
Iglesia Evangélica Luterana Unida. Buenos Aires, Argentina
Los artículos de este ciclo de reflexiones no necesariamente expresan la opinión de las iglesias de la Comunión de la Reforma.
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata (IEVRP); Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA); Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU); Evangélica del Río de la Plata (IERP); Iglesias Reformadas en Argentina (IRA, adheridas a las IERP).
El Movimiento de la Reforma
Reducir la Reforma a una fecha y a una persona sería empobrecer la magnitud y profundidad
del concepto. Los datos históricos nos muestran que este movimiento que tiene como objetivo
la transformación tanto de la cabeza como la de los miembros del cuerpo de la iglesia, comienza
mucho tiempo antes del 31 de octubre de 1517 y tiene como testigos -entre los que el nombre de
Martín Lutero es uno más- una larga, diversa y representativa lista.
Asimismo, limitar el comienzo de este proceso a una determinada área geográfica es –igual-
mente- una forma de empobrecer el concepto de Reforma. Varios concilios previos al 1517 tuvieron
el objetivo de llevar a cabo esos cambios que podrían devolver a la comunidad cristiana la frescura
inicial, pero lamentablemente vieron que sus resoluciones quedaban como un camino lleno de bue-
nas intenciones pero no lograban su objetivo. La iglesia se encontraba en un debate intenso entre
quienes colocaban a los concilios como el espacio privilegiado de gobierno y el logro de consensos
teológicos y pastorales frente a quienes, con la intención de proteger la unidad de pensamiento,
pensaban que el camino pasaba por la concentración del espacio de decisiones en la persona del
obispo de Roma.
También sería un error hablar de una “contrarreforma” cuando en realidad tenemos que hablar
simultáneamente de una reforma protestante y una reforma católica. Ambas son aspectos de un
mismo ideal de reformar la forma de comprender la iglesia. Junto y no frente a la Reforma protes-
tante tenemos también la reforma católica con nombres muy destacados. En España todo el proceso
de los “descalzos” es parte de ese movimiento y la figura, tanto de Pedro de Alcántara junto con
todo el movimiento franciscano como la figura de una mujer fuerte como Teresa de Jesús, son parte
de ese movimiento llamado -en general- Reforma.
En América Latina también aparecen figuras que llevan a cabo ese proceso de renovación y refun-
dación de la comunidad cristiana. Como ejemplo de esos aires de Reforma, es importante rescatar
para las iglesias que se reconocen como parte del movimiento de la Reforma una figura como la de
Toribio de Mogrovejo, que desde el Arzobispado de Lima -y con grandes disgustos de los espacios
de poder político y aún religioso- trabajó para acercar la fe, los derechos humanos y la inclusión
radical de todas las poblaciones excluidas y marginadas por el sistema de poder económico y cul-
tural. Asimismo, la larga lista de los archivos de la Inquisición en nuestro continente -al igual que los
de España- nos muestran la cantidad de mártires y testigos de ese movimiento con sed de Reforma,
tanto en su jerarquía como en sus prácticas pastorales. Esta larga lista de testigos de la fe tiene que
renovar nuestro compromiso -aquí y ahora- de continuar reformando nuestras comunidades para
que sean cada día más fieles al proyecto y voluntad de Aquel que se hizo libertad para que todas y
todos vivamos en libertad abundante.
El limitar el concepto de la Reforma a una persona y a un día nos puede hacer caer en la tentación
de sacralizar estructuras mentales y teológicas, cerrando la posibilidad de un proceso dinámico,
constante y actual. Todas las ortodoxias que quisieron fijar este proceso en un día y una persona ter-
minaron empobreciendo el proceso de la Reforma, que tiene necesariamente que continuar abierto en todos sus aspectos, y llevarlo más allá de todas las fronteras que nuestros temores y necesidades de seguridad quieren levantar para dividir y aislar. El proceso de la reforma es un intento siempre renovado de vivir el escándalo del Evangelio que todo lo transforma para incluirlo en una gran comunidad de hermanos y hermanas, donde nada ni nadie queda excluido. Retomando una y otra vez el espíritu plasmado en la Confesión de Augsburgo, se nos hace necesario encarnar la provisionalidad de las divisiones actuales. No somos una iglesia ecuménica por oportunismo político o por necesidad social, sino que la voluntad de unidad forma parte del núcleo del movimiento de la Reforma, por ello no podemos dejar de lado a la diversidad de formas, personas y actores de este proceso, siempre abierto, siempre desafiante. Es interesante considerar las notas al pie de página de cada uno de los artículos de la Confesión de Augsburgo, que se apoya en los grandes momentos de consenso dentro de la comunidad de fe. Las citas de los diversos con- cilios se repiten una y otra vez. Asimismo, es llamativo cómo se llama en apoyo de sus principales afirmaciones a las autoridades teológicas y de santidad de vida, a quienes la recepción comunitaria aceptaba sin mayores debates. El nombre de san Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Bernardo y otros se repiten una y otra vez como testigos y apoyo de cada una de las afirmaciones de fe. Esos nombres y su pensamiento forman parte del pensamiento de la Reforma. Es por ello, porque se piensa en esos contextos de debate, que una serie de afirmaciones no son puestas en debate. El proceso de la Reforma, que en un primer momento es profundamente pastoral -tal como lo muestran las 95 Tesis de Martín Lutero- es un proceso de revisión de toda esa tradición, sin renun- ciar ni olvidar pero sí de adaptar a nuevas situaciones y desafíos. El movimiento de la Reforma no es un movimiento de ruptura, sino -muy por el contrario- de continuidad. Puede parecer asombroso, pero las 95 Tesis con las que comienza la Reforma protestante, muestra que en realidad es el Obispo de Roma el que ha introducido novedades sin consenso y es ese tema el que se quiere debatir y que aún hoy es tarea pendiente. Esta autocomprensión de la Reforma protestante de ser una continuidad y adaptación de la gran tradición es el fundamento que nos lleva a afirmar, una y otra vez, que nunca fue la intención crear una nueva iglesia o dividir dolorosamente la comunión. Porque el movimiento de la Reforma protestante se considera a sí mismo como parte de la iglesia que siempre será “una, santa, apostólica y católica”, provisoriamente no romana. De este concepto nace nuestra vocación ecuménica, sostenida tanto a tiempo como a destiempo. El movimiento de la Reforma protestante tal como se refleja en las 95 Tesis de debate de Martín Lutero tiene un comienzo a partir de una preocupación netamente pastoral y social frente a la si- tuación de pobreza y explotación del pueblo. Pero poco a poco descubre que esa preocupación pastoral y social no puede quedar aislada de una renovación teológica que, ubicada en una her- menéutica fundada en la sola fe en la única y sola gracia proclamada y vivida solamente por Jesús de Nazaret -proclamado como el Cristo del Dios del Reino y revelado sólo en las Escrituras- es un grito de unidad y de inclusividad sorprendente.
Pastor Lisandro Orlov
Iglesia Evangélica Luterana Unida. Buenos Aires, Argentina
Los artículos de este ciclo de reflexiones no necesariamente expresan la opinión de las iglesias de la Comunión de la Reforma.
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata (IEVRP); Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA); Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU); Evangélica del Río de la Plata (IERP); Iglesias Reformadas en Argentina (IRA, adheridas a las IERP).
Reflexiones y recursos para celebrar los 500 años del movimiento de la Reforma
El pensamiento y la obra de Martín Lutero, y tantos otros reformadores, se inscriben en el gran movimiento religioso de principios del siglo XVI denominado “la Reforma protestante”, que finalizó con la supremacía eclesiástica, religiosa y política de la Iglesia de Roma en Europa creando iglesias protestantes de diferentes denominaciones. Aunque la Reforma fue esencialmente un movimiento religioso, produjo importantes cambios en casi todos los aspectos de la vida social económica y política, con grandes repercusiones en la historia moderna del mundo occidental.
En el ámbito del Río de la Plata, las iglesias Valdense del Río de la Plata (IEVRP); Evangélica Metodista Argentina (IEMA); Evangélica Luterana Unida (IELU); Evangélica del Río de la Plata (IERP) y Reformada en Argentina (adherida a la IERP) han firmado, en el año 1980, la Concordia de Leuenberg. Dicha Concordia, firmada por iglesias luteranas y reformadas de Europa, las iglesias unidas que surgieron de ellas, así como las iglesias de la prereforma de los valdenses y de los hermanos moravos emparentadas con ellas comprueban, en virtud de sus conversaciones doctrinales, el común entendimiento del Evangelio. Esto les permite establecer y practicar comunión eclesiástica. Agradecidas por haber sido conducidas a estar más cerca una de otra, confiesan al mismo tiempo, que la lucha por la verdad y la unidad en la iglesia estuvo y está ligada también a culpa y sufrimientos. La iglesia está fundada solamente en Jesucristo, quien mediante la donación de su salvación en la proclamación y en los sacramentos la congrega y comisiona. Por ello, según entendimiento de la Reforma, para la verdadera unidad de la iglesia es necesaria y suficiente la coincidencia en la auténtica doctrina del Evangelio y en la correcta administración de los sacramentos. De estos criterios de la Reforma, las iglesias participantes deducen su entendimiento de comunión eclesiástica.
Las cinco iglesias firmantes de la Concordia de Leuenberg en el Río de la Plata se han dado en llamar Comunión de Iglesias de la Reforma (CIR). En vísperas de cumplirse 500 años de -quizás- el hecho más significativo que dió inicio al movimiento de la Reforma protestante, a saber: la exposición pública de las 95 tesis del Dr. Martín Lutero en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittemberg, Alemania, un 31 de octubre de 1517, las iglesias reunidas en la CIR han decidido reflexionar sobre diversos temas a la luz del pensamiento protestante, aquél que se fue formando como producto de una crítica al statu quo y que estuvo y sigue estando construido sobre tres pilares: solo por fe, sola gracia, solo Cristo.
A lo largo del ciclo de reflexiones nos proponemos recolectar el pensamiento de diferentes colaboradores que elaborarán sus propuestas de abordaje sobre las distintas temáticas seleccionadas en el marco de lo que se considera “el pensamiento propio de la Reforma”.
Esperamos que las reflexiones y los recursos aquí compartidos contribuyan a una lectura crítica de nuestras realidades y que, a partir de dicha crítica, sea posible la elaboración y ejecución de acciones fieles al Evangelio y tendientes al bienestar de la sociedad toda.
Las cinco iglesias firmantes de la Concordia de Leuenberg en el Río de la Plata se han dado en llamar Comunión de Iglesias de la Reforma (CIR). En vísperas de cumplirse 500 años de -quizás- el hecho más significativo que dió inicio al movimiento de la Reforma protestante, a saber: la exposición pública de las 95 tesis del Dr. Martín Lutero en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittemberg, Alemania, un 31 de octubre de 1517, las iglesias reunidas en la CIR han decidido reflexionar sobre diversos temas a la luz del pensamiento protestante, aquél que se fue formando como producto de una crítica al statu quo y que estuvo y sigue estando construido sobre tres pilares: solo por fe, sola gracia, solo Cristo.
A lo largo del ciclo de reflexiones nos proponemos recolectar el pensamiento de diferentes colaboradores que elaborarán sus propuestas de abordaje sobre las distintas temáticas seleccionadas en el marco de lo que se considera “el pensamiento propio de la Reforma”.
Esperamos que las reflexiones y los recursos aquí compartidos contribuyan a una lectura crítica de nuestras realidades y que, a partir de dicha crítica, sea posible la elaboración y ejecución de acciones fieles al Evangelio y tendientes al bienestar de la sociedad toda.
Comunión de Iglesias de la Reforma
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